sábado, 28 de febrero de 2009

Las misiones en América del Sur y la música.

Por: Ricardo Massun (*)

Hay un misionero en una pequeña balsa. Remonta un riacho que se interna en la selva. Lo acompaña otro religioso y algunos aborígenes ya conversos.Además de los elementos para el culto llevan un violín, posiblemente también llevan una chirimía o tal vez un arpa en el precario equilibrio de la rudimentaria embarcación. Van remando, tocando y cantando.En la orilla, escondidos, están los temerosos nativos, sin comprender de qué se trata aquella visión tan extraña como inesperada.Están subyugados por esos sonidos dulces que nunca antes habían siquiera imaginado.El grupo visitante los intuye detrás de los matorrales, pero no deja de hacer música.Tal vez los recién llegados estén asustados, tanto como los aborígenes. Pero fue para enfrentar ese reto que llegaron hasta allí y no era cuestión de flaquear.Desembarcan para quedarse.
Pasan los primeros días, las primeras semanas. Ya han construido un pequeño templo de barro y paja. Para construir la vivienda habrá tiempo.Por el momento ese templo es provisorio.Entre los nativos no hay otro tema. Se discute sólo sobre los recién llegados.Pasan unos meses, pasa el primer año.Los aborígenes no sólo han perdido completamente el temor por esos hombres extraños a los que ya llaman "Padre" sino que entran y salen de la pequeña iglesia.No sólo asisten a misa sino que comienzan a rezar y cantar en latín.Ahora los nativos quieren sacarle sonido a ese maravilloso y misterioso aparato que el cura trajo consigo y al que llaman "violín". Un solo instrumento no alcanza.No queda otro camino que comenzar a construir violines en lo que ya está siendo un incipiente poblado.Seguramente construirían los nuevos violines al aire libre, escuchando el canto de los pájaros, los sonidos de la selva. Escuchando el murmullo de ese mismo río que unos años antes trajo el primer violín de la mano del cura.El tiempo sigue pasando.
En cada población ya hay escuelas de música. Cada pueblo tiene una gran iglesia. Y, como en Europa, cada iglesia tiene su "capilla" de músicos.Ya han aprendido a tocar y construir prácticamente todos los instrumentos que había en el Viejo Continente.No sólo hacen falta instrumentos. También necesitan "papeles de música".Las composiciones traídas de Europa son muy escasas y caras, pero sobre todo, necesitan música que refleje la nueva realidad.Esto los inspira a componer permanentemente para los oficios religiosos.
La música que hoy se escucha en este concierto es una pequeña parte de la mucha escrita entonces, y que gracias al celo con que las comunidades indígenas supieron conservarla, hoy la podemos valorar y disfrutar.Prácticamente toda la música misional es anónima. No es un descuido que sus autores hayan quedado en el anonimato. La música escrita "Ad maiorem Dei gloriam" no necesita de apellidos.
A todos ellos, a los que escribieron la música y a los que la supieron conservar. A los que fabricaron instrumentos y a los que los conservaron, (gracias a lo cual pudimos hacer estas réplicas) nuestro más profundo agradecimiento.

(*) Ricardo Massun es Director del Ensamble Louis Berger.

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