martes, 18 de noviembre de 2008

Cuento: En la mira

Por: Michael Mullen

Foto: María Mullen

El ciervo levantó la magnífica cabeza con inquietud. Aguzó el oído y el olfato pero no captó el peligro. En el instante en que su boca rozaba el espejo de agua, sonó un disparo, sordo y lejano. El animal llegó a escuchar el sonido y se derrumbó sin un soplo de vida en su cuerpo. Luego, por unos segundos, nada se movió en aquellas tierras del sur.

Cuando el cazador salió de su escondite, su cara de piedra denotaba felicidad. Desde la mira telescópica de su máuser, había visto el impacto de la bala en el musculoso pecho del ciervo. Mientras caminaba hacia su presa, se quitó el sombrero lleno de paja y ramitas. Tardó casi diez minutos en llegar hasta el borde de la laguna, donde yacía el cadáver. Sus ojos se encontraron con los del ciervo, que seguían siendo expresivos. Perturbado por esta imposible mirada, tomó su cuchillo de caza y le atravesó la garganta. Manchado de sangre, prosiguió en la trabajosa tarea de separar tronco y cabeza. Fue una desagradable carnicería.

Una semana más tarde, mientras limpiaba con esmero su rifle de caza, rumiaba su situación de policía separado. Aunque tenía ahorros, andaba medio justo de plata, después del papelón de su despido. Para colmo, su jermu estaba como loca, porque se había enterado del lío de las coimas por los diarios. Ahora ella vivía con sus padres hasta nuevo aviso. Todavía sentía el sabor amargo de saber de buena tinta que su reemplazante en la comisaría era un hombre sin escrúpulos. Él no era un gran ejemplo pero, por lo menos, no andaba metido con los secuestros. De pronto sonó su celular con esa musiquita de morondanga.

—Tengo un trabajito para vos, Coyote.

—¿Qué tipo de laburo, Vaca?

—Necesitamos tus habilidades con el rifle. Hay que callar a un periodista ladilla.

—Ni hablar, vos sabés que no acepto ese tipo de laburos.

Antes de apagar el teléfono escuchó la cifra.

—Cien mil verdes, Coyote.

 

Una semana demoró en aceptar. Quedaron en encontrarse con el Vaca en un bar en Tucumán y Viamonte para recibir unos mangos y las instrucciones.

—Acá tenés una foto del periodista. Lo vas a identificar por la pelada y la zapan. Desde hace un mes viene fichando a don Vicente y parece que ya sabe demasiado.

—¿Y no intentaron meterle miedo?

—Sí, pero no afloja. Le dejamos la cara hecha una pasta, amenazamos a su familia, le pintamos el garaje.

—Y don Vicente me tira trescientos mil pesos para que me lo limpie.

—Sí, digamos que sí. No te creas que el periodista es una pinturita. Seguro que algún lío tiene.

—¿Quién de nosotros es una pinturita?

 

Luis Sepúlveda fue el nombre que eligió en el documento falso. Espió dos semanas a Jeremías Ginsburg y optó por liquidarlo el martes veintidós de febrero, a las once. A esa hora, el tipo desayunaba en el Café Plaza del Carmen, en Callao y Rivadavia, frente a legendaria Confitería del Molino.

El Coyote alquiló un último piso situado a cien metros en línea recta del bar que frecuentaba Jeremías. No omitió ninguna precaución: se dejó la barba, adquirió un arito y se cortó el pelo al ras. La mudanza fue mínima: se llevó un colchón, una silla, abundante comida y la valija con el máuser. Avisó al portero que el resto de la mudanza demoraría un par de semanas.

El piso disponía de un balcón con un panorama perfecto. Cortó las maderas de las persianas con una sierra hasta lograr un rectángulo que le permitía observar sin levantar sospechas. Aunque distinguía a los clientes del Café, no estaba seguro de acertarles a la cabeza o al corazón desde esa distancia. Fue por eso que invirtió la mañana del sábado diecinueve de febrero y novecientos dólares en comprar la mira de sus sueños. Nunca más le fallaría a un ciervo o a un jabalí. Y menos a Ginsburg. Además, la mira disponía de un puntero láser. Adiós caza deportiva.

La mañana del domingo veinte se dio cuenta de que le faltaba calibrar la mira. Todavía enojado por su traspié idiota, se acercó a un polígono de San Fernando y ejecutó las rutinas de siempre. A esta altura de la vida, podía hacerlo con los ojos cerrados.

El chiche nuevo le multiplicó su campo de visión. Ese domingo por la tarde, la plaza del Congreso estuvo frente a los pelos de su nariz. Podía acariciar las palomas y oler al linyera que descansaba bajo el arbusto. Podía tomar entre sus dedos las piedritas naranjas que formaban los caminos, tocar las estatuas y leer —en el monumento— insultos en aerosol.

Enfocó la mira en el Café Plaza del Carmen. La linda empleada —camisa blanca, moño amarillo, pantalón negro, delantal naranja y trenzas de colegiala— se acercó a su balcón. El diario del día, apoyado en el mostrador, lo invitaba a la lectura. Los ceniceros, con sus puchos y cenizas, se veían tibios. Desde las alturas y con su rifle, el Coyote se sentía fuerte.

El lunes a las once, un hombre gordito y un tanto desalineado entró en el Café Plaza del Carmen. Luis Sepúlveda lo enfocó y reconoció al periodista. Una morocha entró en escena y, al rato, volvió con un café con leche, tres medialunas y una soda. Al Coyote se le hacía agua la boca y manoteaba unos biscochitos de grasa. El hombre apoyó sobre la mesa un block de notas. Pero resultó un amasijo de letras imposible de leer con una mira telescópica, por más que haya costado sus buenos mangos.

Un cuarto de hora más tarde, la morocha le alcanzó al periodista un diario deportivo. La mira le permitió a Sepúlveda ver los colores de River Plate en la portada. Su corazón de bostero latió un poco más fuerte. Así que millonario. Ahora el millonario voy a ser yo... Y el Coyote largó una carcajada siniestra que voló por el departamento vacío.

Una llamada al celular detuvo su imaginación. Dejó su rifle junto a la ventana y fue a atender. Lo sorprendió una voz de mujer.

—Buen día, Coyotito… ¿Sorpresa? Resulta que sos mi marido y no te pienso largar así nomás.

La gordi era un bagayo pero también una mina de fierro, más leal que todas las porteñas juntas, y el Coyote se sintió feliz por su llamada. Quedaron en verse el fin de semana, aunque no sabía cómo cuernos lo haría.

Más tarde volvió a sonar la sinfonía de su teléfono.

—Te estás demorando mucho, Coyote. ¿Qué carajo te está pasando? ¿Tenés miedo de apretar el gatillo? Metele pata, porque ya estás metido en este balurdo hasta las narices. Ya no hay vuelta atrás. ¿Está claro?

—Como el agua, Vaquita. Mañana me lo limpio. Tené paciencia y andá preparando los billetes. Ya lo tengo en la mira. Ahora mismo está desayunando en el Café Plaza del Carmen, en Callao y Rivadavia. Y yo estoy justo en frente.

Al Coyote no le gustó la apretada del Vaca. Seguro que el cerdo de don Vicente se escondía detrás de ese llamado.

La noche previa al delito fue larga. De tanto mirar con el rifle, la verdad de los hechos se le fue imponiendo por sí misma. Jeremías era un periodista que se la jugaba. Don Vicente era el pez gordo, el parásito, la vinchuca del sistema político. ¿En qué lío se había metido? ¿De qué lado estaba él? A la una de la mañana se tomó un somnífero para dejar de carburar.

Cuando llegó el 22 de febrero, su cabeza era un hervidero. La decisión de entrar en la policía, a pesar del sueldo. El noviazgo y posterior casorio con la gordi. Las temporadas de caza en el campo. Tantos compañeros caídos. Las coimas. La reputación de veinte años en un tacho.

Ese día pondría punto final a sus aventuras, cobraría la guita y se las picaría al Uruguay. Allí, en Maldonado, recomenzaría su vida con la gordi.

Jeremías Ginsburg levantó el suplemento deportivo que le cubrió el tronco como si fuera un escudo. Cuando lo bajó no notó la lucecita roja del láser danzar en su pecho. El punto luminoso iba del corazón al hombro derecho y volvía. Iba y volvía. Iba y volvía.

De pronto, se escuchó un vidrio roto en el Café Plaza del Carmen. Una mujer gritó con energía, otra se desplomó. Jeremías Ginzburg yacía en el suelo, respirando boca arriba, inconsciente. La sangre que brotaba de su hombro izquierdo avanzaba lentamente sobre las baldosas.

A una cuadra de allí, el Coyote respiró aliviado. Había tomado la decisión correcta. Aunque necesitaba los dólares, él no era un asesino. Mientras guardaba su rifle, una lucecita le molestó la vista. La bala se coló por el balcón y él se derrumbó sin un soplo de vida en su cuerpo.

—La gran flauta, odio hacer esto —se quejó el Vaca.



IV ENCUENTRO SUDAMERICANO DEL SERVICIO “ESTILO DE VIDA: CLÁSICO E INNOVADOR”


Octubre 2008.
El mensaje de las autoras anima a aquellos que, por diversas circunstancias, no pueden vivir con su familia: “Esto es para ti joven que muchas veces te sientes solo y necesitas de los mas queridos, Tu puedes mejorar nuestra sociedad y, si cada uno de nosotros pone un granito de arena, nuestra sociedad reflejará lo que hagamos. Y la familia, -no lo olvides nunca- será siempre quien te sostendrá y a quien siempre sentirás cerca tuyo. Juntos podremos hacer más. Contamos con tu ayuda....”




Introducción:
Desarrollaremos nuestro trabajo partiendo del concepto clásico de familia, la importancia de la misma para luego centrarnos en la juventud de hoy, la carencia de fundamentos que tienen sobre la familia por el hecho de no contar con una base sólida en estos temas.
Muchos de los jóvenes de hoy por motivos diversos, estudio, trabajo, mala convivencia con sus padres..., viven solos o con amigos en pensiones o departamentos, donde la diversión, el trabajo o estudio y el “descanso” pasan a un primer plano quedando en segundo lugar el lado familiar, una alimentación sana y equilibrada, la limpieza de la casa, etc.
Nuestra propuesta está orientada precisamente a estos jóvenes, haciéndoles ver que es posible crear un ambiente familiar, viviendo solos o con amigos en pensiones o departamentos; sin que esto requiera emplear mucho tiempo, sino apoyándonos en la tecnología haciendo compatible un trabajo intenso, el estudio y la diversión con la vida familiar, tornando lo tradicional en algo innovador.

Sentido clásico de familia:
La familia clásica integrada por los cónyuges y los hijos, cuya estructura se ajusta a una sociedad con valores y estilos ampliamente compartidos, se convirtió en el modelo clásico, universal y socialmente aprobado.
“No se puede concebir una familia sin el amor filial y fraternal de sus componentes, amor que se manifiesta al aceptar a sus miembros con sus vicios y virtudes para reducir los primeros y acrecentar los segundos. En nuestro medio, a pesar de las dificultades que se han presentado, hemos conservado la unión familiar precisamente en la familia clásica.
Dentro de la familia, los padres, independientemente de la relación de pareja, tienen una relación de amor, de preocupación de gozo común por el éxito de la misión naturalmente impuesta. No es sólo la procreación el lazo que une, que es meramente biológico, sino que va más allá de la naturaleza física humana que exige más en los primeros años de vida de los hijos. El mismo hijo no es sólo objeto de la relación creada entre los esposos, también desempeña una función que fundada en la consanguinidad con los padres, da origen a valores sociales intensos como la honestidad, la fidelidad, el trato humano, etc.

En otro orden de ideas, la familia a pesar de ser una pequeña sociedad con una dimensión interna, es decir, que los esfuerzos de los integrantes son para la perfección de los mismos, también se ordena u orienta expresamente hacia afuera, porque la familia no es la única ni perfecta sociedad en lo posible, porque no es autosuficiente. Entonces, toda la formación y educación que se recibe, se manifiesta de muchas maneras en la sociedad en general. El hijo dentro de la familia, se prepara para sus futuras actividades sociales, de ahí que aprende los valores que aplicará en la sociedad; esto justifica la necesidad y conveniencia para el Estado de apuntalar y defender a nuestra familia.”(1)
En la familia, los padres crean o deben crear un ambiente moral que constituya un sólido fundamento de tradición cultural contra todo intento de disolución de nuestros valores familiares.
Un hogar clásico no significa pasado de moda, significa siempre actual. Es una familia donde los padres, son el eje donde giran todas las personas que componen ese hogar.

Tradiciones, de generación en generación:
En una familia que se viven las tradiciones de generación en generación (el licor de la abuela, los ñoquis que hacia mamá...) se transmiten valores, costumbres, hechos que en otras familias no se viven. No es que sean mas o menos familias, ese toque distinto es lo tradicional, es lo que hace la historia de esa familia en concreto.

El reto de la juventud:
Para muchos jóvenes el crear un ambiente de familia es un verdadero reto, sobre todo para aquellos que viven solos en pensiones o departamentos lejos de sus familias, porque muchas veces este alejamiento los lleva a un relajamiento en la vida familiar. Por este motivo llevamos a cabo una encuesta con el título: “¿Cómo fomentar en los jóvenes del siglo XXI el sentido clásico de la familia, sin dejar de lado las nuevas tendencias que nos ofrece el mercado actual?” Dándoles a conocer el propósito de la misma (participar del encuentro Sudamericano del servicio) y a su vez brindarles la oportunidad de dar a conocer sus opiniones sobre estos temas, que muchos nunca se lo hubiesen planteado. También nos pusimos en contacto con orientadoras familiares, en caso de que algunos de los encuestados requiera de una ayuda más directa.
Al preguntar a los jóvenes que piensas de una familia que se reúne día a día para cenar o almorzar, nos contestaban con las siguientes frases: Roció: "es lo ideal, poder compartir, intercambiar experiencias"; Luisina: "Es lo más"; Maria Elena: "me parece que es necesario para que este la familia unida"; Catalina: "es lo que mas me gusta y lo que nos hace menos egoístas; Maria Florencia: "me gusta me parece muy contenedor y cálido"; Clara: "es lo mejor, la mejor forma de vivir"(2) Esta respuestas nos dejan ver que los jóvenes necesitan de ese momento.
"En la Argentina, el 94 por ciento de la gente considera que compartir las comidas es una faceta importante de la vida.
La Argentina es todavía el país que más disfruta de la comida casera, servida en la mesa familiar, un dato que no dejó de sorprender incluso a los mismos interesados. Esto es lo que demuestra un estudio reciente, que se suma a anteriores investigaciones con conclusiones similares".(3)
Sin embargo esto no se da en todos los casos ¿qué pasa con los chicos que estudian en ciudades, lejos de sus padres y viven solos? A estos les resulta prácticamente imposible o en la mayoría de los casos no se lo plantean.
El hecho de que en el hogar se tenga un horario para sentarse en torno a la mesa, hace que ese hogar sea mas ordenado y a su vez más económico; porque no hará falta prender la hornalla cada vez que llega uno, no se usara el microondas a toda hora, etc. además es ahí donde se pueden compartir los hechos del día y todos conocerán el ambiente que nos rodea, vamos conociendo los gustos, las afinidades y en una comida tranquila, sin televisor, sin peleas, dejando de lado las preocupaciones, se hará una alimentación más sana, logrando la calidad de vida.

Los avances de la ciencia:
- En los medios de comunicación:
En las encuestas realizadas a los jóvenes sobre el uso del celular, Internet (chat e-mail), mas del 75% opina que no siempre son buenos, que como todo cuando se usa en exceso es malo, que muchas veces los alejan entre si; “Estos medios no nos dejan conocernos bien, ya que no podemos darnos cuenta si el otro está triste o contento; además nos hacen irresponsables y nos da pie a no dar la cara ante los temas que más nos cuestan".(4)
- En las tareas del hogar:
Los avance de la ciencia nos ayudan a poder dedicarnos mas y mejor a nuestros hijos, a toda la familia y poder hacer mas cosas siempre que estén ordenadas a realizarnos. Ver como servir bien en primer lugar a los de mi casa, a los que me quieren.
A los jóvenes que viven solos en sus departamentos les facilita mucho el microondas y todos los elementos eléctricos, ocupan poco espacio y no dan olores, lo mismo que pequeñas aspiradoras para la limpieza, hornos eléctricos, máquinas de hacer pan, cafeteras programadas la noche anterior. Todos estos avances de la tecnológicos podrían ser usados en un pequeño departamento sin necesidad de emplear mucho tiempo en realizar los trabajos del hogar.“Lo sabe por experiencia quien ha vivido en un piso de estudiantes y ha comprobado que el cuidado de la casa nada estorba al estudio, al contrario, proporciona relajación psíquica, orden material y sintonía comunitaria, cosas todas que fomentan poderosamente el ejercicio de la mente.”(5) Pero debemos tener presente que la tecnología no hace el hogar, son simples instrumentos que facilitan el hacer hogar y no pasa nada –si por la escasez de medios- no podemos contar con ellos, es el momento de agudizar el ingenio para hacer del lugar donde vivimos un hogar alegre y acogedor.

Conclusión:
Es importante que la juventud tenga claro el concepto de familia, la necesidad que tiene de la misma, por esto creemos que es indispensable que los jóvenes que viven solos hagan del lugar donde viven un ambiente familiar echando mano de la tecnología si es preciso o como decíamos antes agudizando el ingenio, siendo creativas que es propio de la juventud, haciendo de lo tradicional algo innovador. Pero en esto como en todo es importante el ejemplo de los adultos como nos decía una de las orientadoras familiares: “Orientamos a los jóvenes cuando nos ven a los casados que no protestamos de todo, cuando sabemos disfrutar de la familia, hay un libro “Tu familia necesita sentido” de Elisabeth Lukas, logoterapista, donde explica que tenemos que aprender en familia a pasarlo bien, a festejar las diferencias mientras no ofendan a Dios, etc..”.
También nos pusimos en contacto con los jóvenes que contestaron la encuesta ayudándoles a concretar sus proyectos sobre una familia clásica y tradicional.

Bibliografía:
(1) Necesidad de la defensa de la familia en el mundo de hoy
José Jesús Gálvez Yañez. Prof. De la universidad del Noreste - México
(2) Entrevistas hechas a los jóvenes
(3) La importancia de la mesa familiar
Noticias de Opinión: LA NACIÓN
Lunes 25 de agosto de 2008 Publicado en diario
(4) Entrevista a los jóvenes
(5) www.darfruto.com Inventando el hogar Las tareas domésticas como
encarnación y autoconciencia de la familia